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El amor no lo puede todo

  • Foto del escritor: Raissa Superfly
    Raissa Superfly
  • 14 feb 2021
  • 4 Min. de lectura

Crecí creyendo que las relaciones se acababan por infidelidades y nada más. Pensé que para tener pareja debía ser perfecta: tenía que ser flaca, de piel suave, con un pelo brilloso y siempre bonita aunque estuviera recién despierta. Y como nunca fui nada de eso, creía que esa era la razón por la cual ningún niño se fijaría en mí.

Crecí queriendo tener lo que mis amigas tenían todos los días de San Valentín: globos, regalos y millones de cartas y pretendientes, pero de nuevo, eso nunca pasó. Durante mi adolescencia me gustaron infinidad de niños, pero ni uno solo me hizo caso y fue la misma historia en la prepa.

Creo que eso me hizo ser bastante hater del amor y del romance porque me dolía mucho el rechazo de los niños a mi alrededor y pensaba que no tenía derecho a querer ni amar a nadie porque esas cosas no eran para mí.

(Vayan a terapia)

Las cosas cambiaron cuando llegué a la universidad y aunque no era la persona más "gustada", ahí fue que tuve mi primer novio, a eso de los 20 o 21.

Mis experiencias amorosas realmente han sido muy pocas y puedo decir que solo una ha sido realmente una relación de verdad, de esas de las que todo mundo hablaba y yo no conocía.

Y es ahí donde empezó toda una avalancha de información, sentimientos, emociones y momentos que no tenía ni la más mínima idea de que existían.

Cuando tuve un novio por primera vez era bien fácil porque era de esas personas a las que solo veía en la escuela, nos veíamos en horas libres o después de clases y a eso se limitaba nuestra relación. Y erróneamente pensé que entonces una relación era fácil y no era una cosa a la que debía prestarle demasiado tiempo o importancia.

Cuando inicié mi segunda relación fue donde todo explotó.

Desde el inicio todo, TODO iba en contra de lo que yo creía que era "correcto". Nos habíamos visto en la escuela pero realmente nos conocimos en una fiesta, y después de esa fiesta, pasaron un par de meses para que volviéramos a platicar. Creo que ambos pensamos que sólo éramos personas con las que estaba cool pasar el rato pero no pensamos que fuera a pasar de ahí. Salimos durante muuuchos meses y después de eso finalmente formalizamos algo.

Cuando esto sucedió, también llegaron muchos cambios en nuestras vidas en un tiempo muy corto. Nos enfrentamos a retos que eran nuevos para ambos y ninguno de los dos sabía qué hacer o a dónde ir, y toda esta incertidumbre se trasladaba a nuestras conversaciones y nuestros momentos juntos. Eso ha pasado muchas veces desde que nos convertimos en adultos y ya no sólo somos los estudiantes sin responsabilidad de nada que se conocieron en una fiesta.

Durante este tiempo entonces, me di cuenta que en una relación, el amor no lo puede todo. Una relación va más allá de tí o de mí. Es ese algo que necesita cuidarse todos los días y en donde los egos de ambos no tienen lugar. Es ese algo que necesita de compromiso y responsabilidad, de respeto y empatía, de comunicación y confianza, y de placer y compañía, entre otras muchas cosas.

Me di cuenta que tenía que dejar de ser egoísta y dejar de pensar que mis sueños eran los mismos para él también, que nuestros caminos eran diferentes y que no habíamos aprendido lo mismo.

Tenemos muchas similitudes y hemos compartido momentos importantes, pero cada uno tiene su propia esencia y su propia individualidad y sus propias metas y su propia perspectiva. Y yo no puedo ni tengo porqué cambiar eso. Y he tenido que aprender a respetarlo. A la buena y a la mala.

También vi que las discusiones son normales, que no vamos a estar de acuerdo siempre pero eso no significa que todo deba irse por la borda si ambos encontramos un punto medio para ceder y proponer soluciones. Ceder. Pfffff. Eso también lo he aprendido a la mala porque para una persona tan obsesiva y controladora como yo, no es nada fácil tener que aceptar otras ideas.

Aprendí que la paciencia es una virtud de los grandes. Una virtud que se cultiva y que da frutos. Y que siempre debe estar presente. Y adivinen qué? Así es, tampoco la tengo y he tenido que aprender a tenerla aunque debo admitir que después de 3 años aún no me sale muy bien...

Y finalmente, creo que he aprendido que lo más valioso que tenemos en serio, es nuestra autenticidad. Nuestro criterio propio. Nuestra esencia, nuestro ser. Nuestra individualidad. Compartimos una relación pero esa relación crece porque nosotros como seres individuales nos tenemos a nosotros mismos y seguimos persiguiendo y alcanzando nuestros propios sueños aunque ahora lo hacemos agarrados de la mano. Acompañandonos en las victorias y los tropiezos. Y en las caídas más dolorosas.

Hay momentos que son muy complicados y también aprendí a dar espacio. A dar tiempo. A esperar. A respirar y a pensar con la cabeza fría y que explotar no sea mi primera reacción. Aprendí que puedo lastimar sin darme cuenta, y que puede ser muy profundamente, y que también pueden lastimarme así. No somos perfectos, no siempre crecemos, no siempre estamos bien y no siempre queremos vernos, pero hemos aprendido a estar juntos y a cuidar y a querer y a cultivar nuestra relación. Y a elegirnos a nosotros todos los días.

Sabemos que el amor no lo puede todo, pero nosotros sí. Y por eso seguimos juntos. Sin prisa, el tiempo que tenga que durar y tratando de ser mejores cada día.


Para José, por ser mi primer gran amor.




 
 
 

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